El mágico y, para muchos, breve período del embarazo mantiene durante unos meses a padres y madres en un estado casi permanente de felicidad y euforia. El bebé está ahí, ya no es un proyecto, pero aún no ha nacido y, salvo algunas molestias pasajeras, todos nos dedicamos a planificar, pensar y vivir, atados a mil y un deseos, un mil y un propósitos para el futuro.
Nace el bebé y, a veces, por desgracia, en estos tiempos, un parto complejo nos enfrenta a una realidad más dura y dolorosa que la que habíamos concebido. Sentimos cansancio, descansamos un momento, el bebé necesita muchos cuidados y las madres experimentamos, en este primer período del puerperio, un vaivén hormonal y emocional que nos mantiene desconcertadas y muy preocupadas durante unos meses. .
Por su parte, los padres ven como su pareja no puede asumir todo el peso que llevaba antes del nacimiento de su preciado hijo y es él quien debe hacerse cargo del cuidado emocional, material y hasta físico de su pequeña familia. Lo cual, en muchos casos, no es tarea fácil.
Tanto para el padre como para la madre, a pesar de la inmensa emoción que sienten con su bebé y de la indescriptible alegría que conlleva acompañar a un niño en su crecimiento, la vida ya no es tan color de rosa como en el embarazo. Comienzan los primeros conflictos en la crianza y ha llegado el momento de que tanto la madre como el padre asuman su nuevo rol en la vida. Somos adultos, somos responsables del bienestar de un ser humano que adoramos, y debemos emprender nuestro propio camino de transformación interior. La tarea no es sencilla y sufriremos más episodios de desencanto y malestar, pero si nos comprometemos con la vida, seremos capaces de superar todos estos períodos conflictivos de la mejor manera para cada miembro de la familia.
A medida que el bebé crece, los conflictos desaparecen. Tenemos la crisis de la lactancia, la llegada del “yo solo”, la temporada de las rabietas, la época de los golpes, el mal humor… y seguro que hay muchos más ejemplos de los que recuerdas.
Estos periodos de conflicto producen un desequilibrio en la estabilidad familiar que en ocasiones da lugar a continuas peleas, discusiones y malentendidos. Cuanto mayores son nuestros hijos, más graves son estos periodos de crisis, porque más autonomía tienen nuestros hijos tanto en la acción como en el pensamiento.
Si no resolvemos adecuadamente estos desequilibrios, cuando lleguemos a la adolescencia estallará una crisis mucho más grave y veremos cómo se levantará un muro de incomprensión entre los grupos que se han formado en la familia a lo largo de los años (padres contra hijos, madre e hijo contra padre, etc.).
Para no llegar a este punto, casi sin retorno, se vuelve de vital importancia enfrentar cada conflicto en la crianza de nuestros hijos con información y como desafío en nuestro proyecto de vida común.. Como adultos, tenemos la responsabilidad de acompañar respetuosamente a nuestros hijos a medida que crecen. En este tipo de crianza basada en el apego, los puntos básicos de apoyo son, además del respeto por el niño, la autorregulación y sus períodos de desarrollo, el amor, la comprensión, el diálogo y la paciencia.
Un niño feliz, autorregulado y respetado, a pesar de todas las preocupaciones, también sufre momentos “conflictivos”, que suelen darse en épocas de grandes cambios en la familia (nacimiento de un hermano, inicio del colegio, mudanza, muerte de un familiar… , etc.) o en las llamadas crisis de crecimientoes decir, en las fases en las que, en tu cuerpo y en tu mente, se están produciendo eventos evolutivos muy importantes que requieren de toda tu energía y esfuerzo para superarlos.
Para no extendernos demasiado, en este artículo abordaremos específicamente el segundo punto. Más adelante, abordaremos el primero.
Cuando llega una crisis de crecimiento, vemos como nuestro hijo, que hasta ese momento era un bebé o un niño feliz, de repente llora más, está de peor humor, si todavía está amamantando, pide más pechos a menudo y generalmente encontrarte más nervioso e irritable de lo que solías ser. Nosotros, que ya teníamos casi el control sobre los temas de la creación, la comida y hasta casi los montones de ropa desdoblada que inundan la casa, estamos desconcertados, el descontrol reaparece en nuestras vidas y el día a día se complica.
En esos momentos, se vuelve de vital importancia que controlemos nuestro ego y entender que nuestros hijos no son así para “provocarnos” o para “molestarnos” o “para intentar tomar el control de la familia” (lo que pasa por nuestra mente.
El mágico y, para muchos, breve período del embarazo mantiene durante unos meses a padres y madres en un estado casi permanente de felicidad y euforia. El bebé está ahí, ya no es un proyecto, pero aún no ha nacido y, salvo algunas molestias pasajeras, todos nos dedicamos a planificar, pensar y vivir, atados a mil y un deseos, un mil y un propósitos para el futuro.
Nace el bebé y, a veces, por desgracia, en estos tiempos, un parto complejo nos enfrenta a una realidad más dura y dolorosa que la que habíamos concebido. Sentimos cansancio, descansamos un momento, el bebé necesita muchos cuidados y las madres experimentamos, en este primer período del puerperio, un vaivén hormonal y emocional que nos mantiene desconcertadas y muy preocupadas durante unos meses. .
Por su parte, los padres ven como su pareja no puede asumir todo el peso que llevaba antes del nacimiento de su preciado hijo y es él quien debe hacerse cargo del cuidado emocional, material y hasta físico de su pequeña familia. Lo cual, en muchos casos, no es tarea fácil.
Tanto para el padre como para la madre, a pesar de la inmensa emoción que sienten con su bebé y de la indescriptible alegría que conlleva acompañar a un niño en su crecimiento, la vida ya no es tan color de rosa como en el embarazo. Comienzan los primeros conflictos en la crianza y ha llegado el momento de que tanto la madre como el padre asuman su nuevo rol en la vida. Somos adultos, somos responsables del bienestar de un ser humano que adoramos, y debemos emprender nuestro propio camino de transformación interior. La tarea no es sencilla y sufriremos más episodios de desencanto y malestar, pero si nos comprometemos con la vida, seremos capaces de superar todos estos periodos conflictivos de la mejor manera para cada miembro de la familia.
A medida que el bebé crece, los conflictos desaparecen. Tenemos la crisis de la lactancia, la llegada del “yo solo”, la temporada de las rabietas, la época de los golpes, el mal humor… y seguro que hay muchos más ejemplos de los que recuerdas.
Estos periodos de conflicto producen un desequilibrio en la estabilidad familiar que en ocasiones da lugar a continuas peleas, discusiones y malentendidos. Cuanto mayores son nuestros hijos, más graves son estos periodos de crisis, porque más autonomía tienen nuestros hijos tanto en la acción como en el pensamiento.
Si no resolvemos adecuadamente estos desequilibrios, cuando lleguemos a la adolescencia estallará una crisis mucho más grave y veremos cómo se levantará un muro de incomprensión entre los grupos que se han formado en la familia a lo largo de los años (padres contra hijos, madre e hijo contra padre, etc.).
Para no llegar a este punto, casi sin retorno, se vuelve de vital importancia enfrentar cada conflicto en la crianza de nuestros hijos con información y como desafío en nuestro proyecto de vida común.. Como adultos, tenemos la responsabilidad de acompañar respetuosamente a nuestros hijos a medida que crecen. En este tipo de crianza basada en el apego, los puntos básicos de apoyo son, además del respeto por el niño, la autorregulación y sus períodos de desarrollo, el amor, la comprensión, el diálogo y la paciencia.
Un niño feliz, autorregulado y respetado, a pesar de todas las preocupaciones, también sufre momentos “conflictivos”, que suelen darse en épocas de grandes cambios en la familia (nacimiento de un hermano, inicio del colegio, mudanza, muerte de un familiar… , etc.) o en la llamada crisis de crecimiento, es decir, en las fases en las que, en tu cuerpo y en tu mente, se están produciendo acontecimientos evolutivos muy importantes que requieren de toda tu energía y esfuerzo para superarlos.
Para no extendernos demasiado, en este artículo abordaremos específicamente el segundo punto. Más adelante, abordaremos el primero.
Cuando llega una crisis de crecimiento, vemos como nuestro hijo, que hasta ese momento era un bebé o un niño feliz, de repente llora más, está de peor humor, si todavía está amamantando, pide más pechos a menudo y generalmente encontrarte más nervioso e irritable de lo que solías ser. Nosotros, que ya casi controlábamos los temas de la creación, la comida y hasta casi los montones de ropa desdoblada que inundan la casa, nos desconcertamos, el descontrol reaparece en nuestras vidas y el día a día se complica.
En esos momentos, se vuelve de vital importancia que controlemos nuestro ego y entender que nuestros hijos no son así para “provocarnos” o para “molestarnos” o “para intentar tomar el control de la familia” (lo que pasa por nuestra mente.
Todas estas preocupaciones adultas no les interesan, son nuestras inseguridades, arrastradas por nuestras propias necesidades infantiles. Si no nos han acompañado con respeto en nuestras propias crisis infantiles, nos chocará y nos costará mucho entender que nuestros hijos se comportan de manera diferente porque su cuerpo y su mente están experimentando enormes cambios físicos e intelectuales.
Tenemos que entender que la crisis de crecimiento corresponde a periodos (de diferente duración) en los que el cerebro de nuestros hijos está conectando sinapsis en un número increíble ya una velocidad increíble. En sus vidas, entre otros, se produjo un cambio muy importante: ser consciente del mundo que te rodea, gatear, caminar, existo como “yo”, como un ente autónomo, puedo hacer las cosas por mí mismo, ya no soy un bebé, no soy un niño pequeño, etc… y tu cerebro se transforma para adaptar el cuerpo y la mente de nuestro niño a su nueva realidad.
Cuando llegan estos períodos, para afrontarlos con eficacia, no debemos culparnos a nosotros mismos, aunque es importante que nos preguntemos: “¿Podemos cambiar algo en nuestro comportamiento que facilite la vida al resto de la familia? ¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a afrontar la crisis de la mejor manera posible para todos? ¿Qué tengo que cambiar por dentro para asumir que mi hijo está creciendo?
Debemos analizar los cambios que se han producido en nuestra vida interior y exterior y acompañar con mucha paciencia a nuestros hijos. Sé que son tiempos muy difíciles en los que, a veces, no podemos más y llegamos al límite del agotamiento físico y mental. Pero, todos podemos hacerlo. Debemos ser conscientes de que, para nosotros, estos días, semanas o incluso meses son también momentos de crisis vital en los que tenemos que superar nuestras propias necesidades y sanar nuestros egos heridos para no dañar a nuestros hijos. Todos los miembros de la familia entran en una especie de desequilibrio, en una espiral de crecimiento vital que debemos superar acompañándonos de manera respetuosa, hablando, pensando en soluciones y, sobre todo, escuchándonos.
Cuando tu hija entre en uno de estos períodos, escucha atentamente lo que te diga, porque te dará las claves para comprender qué necesita de ti su nuevo cuerpo y su nueva mente, transformados por un sinfín de nuevas sinapsis, para seguir creciendo. regulado y de acuerdo con sus necesidades de desarrollo biológico y emocional. Escuche atentamente a su hijo, puede que le esté diciendo que extienda sus límites. Es más grande y necesita más control sobre tu vida. Quizás necesites tu propio espacio, independiente del tuyo. A veces está creciendo y tienen miedo de dejar de ser bebés y necesitan muchos mimos y caricias. A veces quieren empezar a tomar las decisiones que tomaste por ellos de forma independiente. que pongo Qué quiero leer, con qué quiero pasar la tarde, etc.
Cada uno de nuestros hijos que están creciendo en estos momentos tendrá sus propias inquietudes y sus propias demandas. Una vez más, somos adultos que debemos realizar un inmenso trabajo de transformación interior para adaptarnos a lo que nuestros hijos necesitan de nosotros.
La creación tiene momentos muy difíciles. Todos pasamos por ellos. Pero no nos dejemos llevar por el desánimo, busquemos apoyo en otras parejas, en nuestros amigos, en nuestra tribu. Y unámonos para superar estos obstáculos y etapas que nos pone el destino. Cuidémonos y sigamos confiando en el amor y el apego. Es lo mejor para nuestros hijos.
* Texto de Elena Mayorga. Traducción de Karina de Freitas
Creación con archivo adjunto
En la sección Criar con apego encontrarás textos interesantes sobre cómo podemos criar a nuestros hijos con amor, respeto y firmeza. Prepararse para ser padres es importante. Saber cómo podemos vincularnos con nuestros hijos, educándolos sin gritos, amenazas y castigos también. Acceso: